Foto sin Matriona

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Los cinco hermanos

Mi bisabuela Motia vivía sola en una casita coqueta que no parecía de la Colonia porque los pisos eran de parqué y yo no conocía ninguna otra así. Tenía un comedor con una mesa ratona de vidrio, un cuarto que daba a la calle, un baño y una cocina bien prolija. En el fondo, un galpón, un cañaveral y algunos árboles.

Cada tanto iba a verla, la saludaba, agarraba una damajuana de diez litros y marchaba a comprarle querosén a lo de Pintado Mankovsky, una cuadra al sur y media al oeste. Al volver me tocaba la cabeza, sonreía y me daba unos billetes. Ahí se terminaba el ritual, que se acabó cuando cumplí doce años por cosas que uno nunca puede anticipar a esa edad.

Cuando la baba Motia llegó a Montevideo la Colonia ya estaba fundada. Se quedó un tiempo en el Cerro, donde nació mi abuelo el dieda Goioio. Venía con un par de mis tíos abuelos desde su tierra, adonde volvió su marido dejando apenas una foto enganchada en un espejo. Es una foto recuperada de otra, más vieja y medio destruida. El mujik típico (bigotes, camisa con botones al costado) no me mira; sus ojos apuntan más arriba, por encima de mi cabeza. Parecen fuera de foco, perdidos, como ajustando el cristalino para distinguir los detalles de la casa de Zelenokumsk donde nació.

¿Qué le pasó a mi bisabuelo? ¿Por qué se fue y la dejó en un país extraño, sin hablar casi el idioma, con tres gurises? Nunca me dio por averiguar. Tampoco sé de dónde salió Shurov, su segundo marido. Con él completó los cinco hijos. El otro día los vi en una foto muy antigua, todos unos bebés o casi. Mi bisabuela está muy joven y muy seria. Hay una mujer mayor a su lado, aunque la ropa que usan y el tono oscuro de la tela las envejecen por igual. A Motia hay que mirarle la cara bien de cerca para darse cuenta de que es una mujer sufrida solamente. Sigue siendo linda noventa años después.

La segunda soledad de Matriona llegó un día de tormenta. Shurov estaba mateando en el rancho con tres o cuatro amigos. Justo cuando una vecina le estaba alcanzando el mate cayó un rayo en la bombilla. ¿Qué fue de mi bisabuela después? ¿Cómo pasó el resto de esos años? De nuevo, nunca se me dio por preguntar. Creo que me quise quedar con la imagen de esa viejita buena y triste que vivía en aquella casita tan coqueta.

La casita aparece como fondo de otra foto donde están los cinco hijos, solos. Qué cosa la tecnología, que nos da y nos quita con la misma velocidad. La foto con los gurises, en el blanco y negro de esos años remotos, se mantiene nítida, perfecta, como si la hubiesen sacado ayer; la foto con los veteranos sigue perdiendo el color, destiñéndose como el recuerdo del día en que se pusieron todos en pose: mi abuelo con las manos en la espalda, un buzo de lana con botones y sus bigotes retorcidos; el diadia Máximo con un saco a medio prender y los brazos colgando; Esteban, camisa blanca, siempre serio; el tío Simón, el más elegante y el más joven, los brazos cruzados adelante, y la tía Shura, con la misma mirada de sufrida que su madre. Nunca más salieron todos en una misma foto.

Yo estuve ahí ese día, al lado del fotógrafo, pero antes había estado de otra manera. En mi sueño había un velorio en el comedor, una cruz, velas que ardían y unos cartuchos en grandes floreros. Mucha gente, fumadores en la vereda, charlas en la calle y yo tratando de abrirme paso entre la multitud para escaparme al fondo. Lo más raro del sueño era esa sensación de estar viviendo un momento que sabía que iría a recordar. Y así fue, porque lo recordé con toda nitidez pocos meses después, cuando murió mi bisabuela y todo se dio como yo lo había visto: el lugar, las flores, las velas (que esta vez eran eléctricas), la gente, estar solo en el galpón del fondo mirando unas revistas mientras iba llegando la hora de irnos caminando despacio hasta la calle de las casuarinas.

Esta entrada tiene 2 comentarios

  1. Norma

    Cuando se cuentan historias familiares quedan, después del punto final, una nostalgia de tiempos ya idos y ganas de seguir con la lectura. Me gusta este estilo: claro, nunca rebuscado, que, con simplicidad, trasmite sentimientos. Me encantó, gracias.

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