Rutina sindical

Compartir
SUNTM

Qué gente los portuarios. De mañana se los veía de grandes conversaciones en las esquinas, chupando en los bares, pescando en el puerto, contentísimos. Qué buena vida. Eso sí, iba llegando la una de la tarde y su comportamiento empezaba a cambiar. Se despedían del vecino, tomaban la grappita del estribo, enrollaban los aparejos y rumbeaban para el centro. A pie, en bicicleta, solos o en barra, se iban concentrando en la filial del Sindicato Único Nacional del Transporte Marítimo. 

De lunes a viernes, si no llovía o si hacía calor, los portuarios se juntaban en el frente. Se sentaban en el murito que daba a la avenida, otros se acuclillaban en el piso y algunos se recostaban contra los árboles. Conversaban, fumaban, se tiraban coquitos de paraíso o pedacitos de tosca unos a otros como al descuido, como hacen los niños pícaros que han crecido. A veces hablaba uno y todas las miradas apuntaban hacia él, como si estuviese en una tribuna diciendo un discurso.

Con eso mataban el tiempo hasta que llegaban la una y el controlador. Se terminaban los jueguitos y las anécdotas y los comentarios del fóbal y todo el mundo se mandaba para adentro. Cada uno buscaba su libreta en unos estantes prendidos a una pared y se la llevaba al que había llegado. El controlador recibía la libreta y escribía algo. El portuario la ponía de nuevo en el lugar y se iba. Todo el trámite concluía en unos pocos minutos.

Todos los días, de lunes a viernes, la misma rutina. Años y años en un sindicato de portuarios en un pueblo con puerto pero sin barcos que cargar. A esa altura ya no llegaban ni las chalanas a la Colonia. En los tiempos de las vacas gordas atracaban barcos. Cuando las vacas enflaquecieron la planchada sólo servía para sentarse a conversar, pescar y tomar mate, socializar y hacer novio a la salida del cine o de los bailes antes de perderse entre los sauces de la costa.

Sin barcos, sin comercio, sin dragado, el puerto se llenó de arena. Después aparecieron los carrizos donde habían atracado los cargueros. Los gurises no pudieron lucirse más con sus saltos ornamentales y los deportes acuáticos a puro músculo fueron cayendo en el olvido.

A los portuarios les pagaban por estar a la orden, esperando que los llamaran para descargar los barcos que nunca llegaron. Mientras tanto tenían mucho tiempo para otras cosas: changas de albañilería, pintura y electricidad, mantener algunos cajones de colmena, hacer quinta, pescar. De vez en cuando iban a Montevideo a deliberar en congresos, a participar en las marchas de la CNT, a protestar frente al Palacio Legislativo y a recibir algunos garrotazos en el lomo.

Eso siguió así hasta que llegó la dictadura. Basta de giros, reuniones en el frente del Sindicato, los actos del primero de mayo, la rutina de los días de semana a la una de la tarde. A algunos que habían sido del Frente Amplio los llevaron al cuartel de Fray Bentos, a otros les allanaron la casa. Los milicos los pusieron a trabajar en las dragas del litoral, en el hospital de Paysandú como administrativos o limpiadores, en la escuela de peones. Otros renunciaron y se largaron por la cuenta con sus oficios. A la larga, todos se fueron muriendo.

Ahora el Sindicato es una barraquita que cerró y entre los pedazos de la planchada del puerto crecen árboles.

Ruinas del puerto

 

Esta entrada tiene 4 comentarios

  1. Sonia

    Me encanta tus relatos y cuentos, te sigo desde el comienzo

  2. Graciela Marrero

    Excelente!!! Tan gráfico, palabras sencillas que pintan lo que fue. Abrazo

Deja una respuesta